¿Tienes sed? ¡Bebe del agua viva!

 

Existe un agua que puede calmar la sed más profunda del ser humano, la sed de nuestra alma. Un vacío que todos sentimos y no lo podemos entender. Lo intentas llenar con diferentes cosas tanto materiales como espirituales, aunque sabes que en algún momento esa “agua“ que  estás tomando se agota y tienes que buscar otra fuente que te vuelva a satisfacer. Pero el agua viva es ciertamente algo diferente, es agua que no se agota.

¿Has bebido ya del agua viva?

Dios mismo, el Creador del universo, es la fuente de agua de vida.

¿Conoces a Dios? ¿Significa algo para ti?

Aunque el tema “Dios” no te interese, te pido que te tomes un momento para leer y considerar estas palabras.

Desde los comienzos de la humanidad el plan de Dios para el hombre era llenarlo de su vida. Fue por ese motivo que lo creó a su imagen y semejanza. Lo hizo como un vaso para ser llenado. Dios desea hacerle partícipe de una vida plena y eterna, y compartir con él todo lo suyo.

Pero aun siendo Dios, no te obliga a tomar de su vida, ni a ser su amigo. Su deseo es que elijas estar con Él voluntariamente. Dios es amor y valora y ama tanto al ser humano que le da libre elección.

Puedes elegir tomar del “agua” que Dios te ofrece o no tomarla. Estás prácticamente ante la misma decisión que Adán y Eva en el jardín del Edén; tuvieron la elección: confiar en la palabra de Dios, tomar de su vida (árbol de la vida) o probar otro fruto.

Todos conocemos esta historia y su desenlace, cómo eligieron mal por el engaño de la serpiente. Prefirieron creer a una serpiente antes que a la palabra de Dios.

Aquella mala decisión nos cuesta la vida a todos los seres humanos desde entonces, porque desde aquel momento el pecado que trae consigo la muerte envenenó y corrompió nuestro ser.  El hombre ya no pudo acercarse a Dios y tomar de su vida, el pecado se lo impedía. En lugar de la vida había elegido la muerte.  Ahora es el pecado, el que gobierna su vida.

No somos conscientes de que en verdad el hombre se vendió al enemigo de Dios, a Satanás, y éste no te da la opción de elegir sino que te esclaviza.

Piensas que eres dueño de ti mismo, pero la realidad es que estás bajo una esclavitud muy cruel que te quiere destruir. La condena a causa del pecado va más allá de la muerte física de nuestro cuerpo. Es nuestra alma la que está en juego.

Podrías pensar: ¿qué tiene que ver Adán o Eva conmigo? Yo no estaba allí para opinar o elegir. No estabas allí en aquél momento, claro está. Pero, ¿qué si te digo, que hoy estás ante la misma elección?

Pues Dios no abandonó su propósito a pesar de todo lo ocurrido, Él sigue queriendo llenar al hombre con su vida. Fuimos diseñados para contener su vida y no llegaremos a experimentar verdadera y plena satisfacción hasta que ese profundo lugar en nuestro ser,    nuestro espíritu, sea lleno del Espíritu de Dios; entonces se calmará la sed de nuestra alma y cobrará sentido nuestra vida, seremos liberados de toda esclavitud y respiraremos verdadera libertad.

Tengo una BUENA NOTICIA para ti: ¡El camino a Dios está de nuevo abierto, te puedes acercar a Él! Dios puso solución al problema del pecado de manera maravillosa.

¿Cuál es la solución?

«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» Juan 3:16.

Nadie pudo sospechar lo que había de ocurrir hace unos 2000 años; un hombre fue crucificado por manifestar que era el “hijo de Dios“, el Mesías, el Salvador del mundo. Y aunque las antiguas Escrituras del pueblo de Israel, escritas cientos de años antes describían a aquel    Mesías y predijeron aún su muerte en “el madero“, nadie supo reconocerlo sino unos pocos que habían estado con Él y creyeron en Él.

En aquella cruz sucedió algo extraordinario, sumamente importante y decisivo para el futuro de la humanidad, algo que sobrepasa lo imaginable. JESÚS, el único hombre sin pecado, el único justo que jamás hubo en la tierra, cargó con TODOS los pecados de la humanidad; pecados pasados, presentes y futuros.

Dios lo dio como propiciación en nuestro lugar. Y la sentencia y el juicio cayeron sobre Él.

El profeta Isaías escribió: «Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados» Isaías 53:4-6.

Dios no chasqueó simplemente los dedos para conseguir redimirnos, sino que pagó un precio muy alto, entregó a su hijo, lo más preciado que tenía por amor al ser humano.  Una gran batalla se libró en lo oculto para nuestra redención. Que algo extraordinario estaba sucediendo en aquel lugar, lo atisbaron los que contemplaban la escena de su crucifixión. El relato de los evangelios es impactante: durante unas horas hubo tinieblas, el sol se oscureció, la tierra tembló, las rocas se partieron… Algunos, ante todas las cosas que sucedieron se asustaron, y dijeron:

“En verdad éste era Hijo de Dios” (Mateo 27).

Pero Jesús venciendo a la muerte se levantó de los muertos, victorioso.

«Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados»  (1 Corintios 15:21-22).

Es por medio de la muerte y la resurrección de Jesucristo que hoy podemos ser salvos. Jesús nos abrió de nuevo el camino. Él mismo es en realidad el camino a Dios el Padre, la fuente de agua viva. Por medio de Jesucristo, Dios nos ha perdonado, ha borrado nuestros pecados. Ya no hay condenación. Cuando clamamos el nombre de Jesús y creemos en Él, recibimos la vida eterna, renacemos a una nueva vida y llegamos a ser hijos de Dios. Ya no tenemos que volver a tener sed, pues tenemos siempre acceso a la fuente de agua viva. Es un misterio maravilloso, pero a la vez una realidad en la vida de cada persona que se arrepiente y abre su corazón a Dios.

Jesús le dijo a una mujer que estaba sacando agua de un pozo: «Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Juan 4:14).

¡Acepta la invitación de Dios! ¡No la rechaces!

Sólo ábrele tu corazón, habla con Él. Dile simplemente: «Señor Jesús, quiero conocerte, acepto tu invitación, entra en mi vida, se mi Salvador. Gracias, Señor».

«El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (Juan 7:3)

 

Ruth R.

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