Segunda Epístola de Juan – Amando y andando en la verdad

SEGUNDA EPÍSTOLA DE JUAN

Amando y andando en la verdad

Estamos a finales de la última década del primer siglo. Pedro, el pescador de hombres, después de haberle abierto las puertas del reino tanto a judíos como a gentiles, y Pablo, tras su labor de evangelización y edificación de las iglesias, habían sellado su testimonio con su sangre y habían sido martirizados. Muchos mártires habían sido sacrificados por las persecuciones de los diferentes emperadores romanos. Pero, otros, se habían hecho fuertes con diferentes doctrinas alejadas de la verdad. Aparecieron los cerintianos (que combinaban sus creencias ebionitas con las del Gnosticismo), que negaban que Jesús era el Cristo (1 Jn. 2:22), y los docetas que negaban que Jesús, el Hijo del Padre, había venido en carne, como vemos en esta carta: “Muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne” (v. 7). Estos engañadores no confesaban que Jesús es Dios encarnado, negando, así, la deidad de Cristo, y por tanto la verdad que hemos recibido desde el principio.

En este contexto emerge el apóstol Juan, el anciano. Él viene al final, cuando todo se estaba degradando, a remendar, a recuperar la verdad y a recuperar a los hermanos para que anden en la verdad. Muchos empezaron bien, pero se desviaron. Una situación similar a la de hoy en día. Su labor era, como vemos en sus epístolas, volver a los hermanos a la verdad.

Juan aparece como el garante de la verdad. Él trata en sus escritos la verdad de Dios para confirmar a los hermanos y mostrarles que: Dios se encarnó para ser el Dios-hombre, Cristo, quien poseía tanto la divinidad como la humanidad, el cual mediante la crucifixión efectuó una redención eterna, y mediante la resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante.

Esta verdad es la base de nuestra redención y el centro de nuestra vida cristiana. Nosotros estamos aquí para confirmarla, proclamarla y confesar con nuestros labios que Jesucristo ha venido en carne (v. 7). Pero, además, tenemos que andar en ella, experimentarla y hacerla vida en nuestro interior.

Andar en la verdad es andar conforme al mandamiento que hemos recibido del Padre (v. 4) y hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros (v. 5). Y éste es el amor, que andemos según Sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor. Como vosotros habéis oído desde el principio (1:6). Andar en la verdad también es amarnos unos a otros, esto es un mandamiento del Señor, nuestra vida debe ser llena de amor unos por otros.

 Esta verdad estará para siempre con nosotros: La verdad no cambia. La verdad será verdad para siempre. La Palabra de Dios no es vieja como el mundo nos dice. Satanás quiere desviar al mundo para que no crean que Cristo murió y resucitó por nosotros y que hemos sido constituidos hijos del Dios Vivo.

Por eso Juan nos amonesta muy seriamente contra aquellos que tergiversan la verdad: Quien esto hace es el engañador y el anticristo (v. 7). Y, Cualquiera que se extravía, y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en esta enseñanza, ése sí tiene al Padre y al Hijo (v. 9).

Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras (2 Jn. 1:10-11).

2 Juan se escribe en este contexto. Esta carta está escrita particularmente a una hermana. Es la única carta en la Biblia escrita expresamente a una hermana – “la señora elegida”. El corazón de Juan se había alegrado al saber que tanto ella como sus hijos caminaban en la verdad de acuerdo con el mandamiento recibido del Padre (v. 4). Parece que es la respuesta a una pregunta o inquietud de esta hermana sobre algunos que iban y venían trayendo esas enseñanzas o doctrinas erróneas de las que hemos hablado, y especialmente contra los que decían que Jesucristo no había venido en carne (v. 7). Posiblemente le preguntara a Juan, como se puede ver en los versículos 10 y 11: ¿Qué hemos de hacer con ellos? ¿Los recibimos o no?

La clave es el amor en verdad (v. 1). Juan dice: “A quienes yo amo en la verdad«. La base de nuestro amor es muy importante. No podemos amar sobre ninguna otra base que no sea la verdad. No podemos amar sobre la base del error. Este amor es el amor de Dios, “ágape”, un amor divino, puro (1 Co. 13:1), no el amor humano basado en nuestras preferencias. Es un amor que “anda según sus mandamientos» (2 Jn. 6), no según el sentimentalismo carnal.

Amar en la verdad significa que nuestro amor no es general, sino que está limitado a la verdad. No amamos nada que se salga de la verdad. No amamos al pecado, ni a la carne, ni al mundo… “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15). Algunos, basados en que Dios es amor, piensan que Él ama cualquier cosa, pero, aquí dice, que, entre otras cosas, el Padre no ama al mundo. Tampoco amamos las falsas enseñanzas… Ni amamos a aquellos que engañan con falsas enseñanzas, es más, dice que ni les recibamos ni les demos la bienvenida (v. 10-11). Alguno puede pensar: “Qué intolerantes sois, ¿no? Con lo guay que es ser tolerante, inclusivo, políticamente correctos,”. Esta es la corriente del mundo, pero no es el verdadero “amor en la verdad”. La verdad es de suma importancia. Sólo en los cuatro primeros versículos se menciona 5 veces la palabra “verdad”. Juan es duro, especialmente respecto a la verdad de que Jesucristo ha venido en carne, la cual es la base de nuestra redención, pero hoy hay muchas verdades de la Palabra que se están dejando a un lado, con la excusa de que “estamos en otra época”, “ya no estamos en el siglo I”, “los tiempos han cambiado”, etc. Dejamos entrar muchas cosas en nuestra vida y en la vida de la iglesia, pero, cuidado, como dice el v. 8: Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo.

En esta carta hay un contraste muy grande entre la ternura y el amor que Juan profesa hacia esa hermana, a sus hijos y a los hermanos que caminan en la verdad (v. 2 Jn. 1:4) y la dureza contra aquellos que engañan (v. 7) y traen el error. Tenemos que estar atentos pues el mundo, Satanás, nos quieren desviar de esta Palabra de vida en nosotros. Debemos perseverar en la Verdad de Cristo. Estemos atentos a la Palabra.

Nosotros amamos la verdad, la Palabra viva de Dios, la sana enseñanza (no las normas religiosas), la verdad de que Jesús ha venido en carne, y queremos confesarla y experimentarla. Esta es la verdad que hemos oído desde el principio, la genuina, que no cambia y estará con nosotros para siempre (v. 2).

En el v. 6 dice que “este amor es que andemos en sus mandamientos”. Estos mandamientos son sus dichos, sus juicios, sus preceptos, sus palabras… (Sal. 119), tanto las que están escritas en Su Palabra revelada, como las que nos habla personalmente cada vez que tenemos comunión con Él. Que caminemos según sus mandamientos significa que le obedezcamos cuando Él nos habla. Si decimos que tenemos la verdad, pero no andamos en ella, muestra que no conocemos la verdad de corazón.

Amar y andar en la verdad también es amar a aquellos que aman la verdad. Si andamos en la verdad también amamos a los hermanos, porque están en la verdad y la verdad en ellos (v. 2), amamos a los que andan en la verdad, conforme al mandamientos que recibimos del Padre (v. 4) y en amor (v. 6) no por afinidad, sino con un amor genuino y puro. Si nos reunimos por afinidad esto sería un club de amigos, un club social o una peña. Pero nuestro amor es en la verdad, real, que trae gozo al vernos cara a cara (v. 12) y produce fruto y tiene un galardón completo (v. 8). El amarnos unos a otros es el resultado de que Dios mora en nosotros. Amar y andar en la verdad tiene una recompensa, ¡¡¡Un galardón muy grande!!!

La carta termina con una despedida muy cariñosa: “Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido. Los hijos de tu hermana, la elegida, te saludan. Amén” (2 Jn. 1:12-13)

Juan les había escrito, pero tenía el deseo de verlos cara a cara. Este es un deseo que se hace patente muy especialmente en estas fechas debido a la situación por la que estamos pasando, por la pandemia. Gracias al Señor que nos ha dado la posibilidad de vernos por Internet, pero, nada puede reemplazar el vernos cara a cara, abrazarnos, compartir una comida juntos, tanto la física como la espiritual. Para ellos no era fácil, tenían que viajar días para verse, pero ningún gozo era mayor que el verse cara a cara – Juan dice que es un gozo cumplido o completo.

También en 3 Juan, el apóstol muestra este deseo:

Porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara” (3 Jn. 1:14).

Y no era el único que sentía ese deseo. Pablo, al dirigirse a los Tesalonicenses, les dice: “Pero nosotros, hermanos, separados de vosotros por un poco de tiempo, de vista pero no de corazón, tanto más procuramos con mucho deseo ver vuestro rostro” (1 Tes. 2:17).

Y también a los Romanos 1:11-12:

Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí”.

Que el Señor haga realidad este deseo entre nosotros.