La moneda de Dios

LA MONEDA DE DIOS

"Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres. Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción *? Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Oyendo es-to, se maravillaron, y dejándole, se fueron".

(Evangelio de Mateo 22:15-22; ver también Marcos 12:13–17 y Lucas 20:20–26)

* TIberius CAESAR DIVInus AVGusti Filius AVGVSTVS PONTIFex MAXIMus

No es difícil, aún hoy, escuchar en boca de mucha gente la frase dicha por Jesús: A César lo que es de César, dando a entender nuestro tributo y compromiso con la sociedad en la que vivimos, o simplemente para darle la razón a alguien.
Todos hemos oído o leído alguna vez este relato de Jesús y nos hemos sorprendido por la sabia respuesta dada, en medio de aquel acoso al que le sometieron los fariseos y los herodianos hipócritas. La respuesta no sólo maravilló entonces a cuantos la escucharon, sino que actualmente, aún sentimos admiración por ella: Dad al César lo que es de César. Pero, la frase continúa, y pocos son los que le prestan atención a lo que sigue: “Y a Dios lo que es de Dios”.

Dad a César lo que es de César pero ¿y a Dios?
¿Hemos pensado alguna vez lo que debemos darle a Dios?
¿Pide Dios algo de nosotros?

Leamos atentamente la historia, y veremos qué nos dice sobre la demanda de Dios. Dice que vinieron a Jesús los fariseos y los herodianos, los primeros representando el poder religioso y los herodianos el poder político de la época. Estos dos poderes se confabularon para tentar a Jesús y como siempre, cuando la religión y la política se combinan nada bueno puede esperarse. Vinieron a Él, orgullosos de su condición y con palabras aduladoras: “Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres”. Después de tanto serpentear, vino la pregunta, una pregunta capciosa: “¿Es lícito dar tributo a César, o no?”. Jesús reconoció la hipocresía y la malicia que había en sus corazones, sintió que los anillos de aquellas víboras se cerraban sobre Él, y exclamó como para liberarse: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Seguramente que se frotaban las manos –¡Ya es nuestro! Cualquier respuesta sería comprometida. Un “sí” le daría a los fariseos ocasión de acusarle como amigo del régimen romano, haciéndole perder autoridad ante el pueblo, y un “no” haría que los herodianos lo tacharan de secesionista, lo cual estaba penado con la muerte.
Pero Jesús no se amedrentó. Les inquiere: Mostradme la moneda del tributo. Aquellos presuntuosos, pensando que la presa estaba al caer, corrieron a presentarle un denario, la moneda de plata para el tributo.
¿De quién es esta imagen, y la inscripción? De repente, los interrogadores pasan de preguntar a ser ellos los cuestionados. La respuesta, de todos modos no era difícil, era evidente: De César, y en ese mismo instante, el cazador se vio cazado en su propia red. Sin que ellos lo notaran, Jesús aparece como el verdadero soberano de aquella situación. La respuesta ya se ha citado: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Es la respuesta de uno que ama la verdad, y que enseña con verdad el camino de Dios, y que no se cuida de nadie, porque no mira la apariencia de los hombres.

Jesús pide Su moneda como el César pide la suya

En este relato el Señor Jesús pide que le prestemos atención a algo que los maliciosos inquisidores no tuvieron en cuenta: la imagen y la inscripción de la moneda.
En la Biblia, en el libro de Génesis 2:26, leemos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. El hombre fue también creado por Dios para reinar, a Su imagen y conforme a Su semejanza. Llevaba grabado dentro de Él la imagen del Dios que hizo los cielos y la tierra, del Dios vivo.
Cuando Dios, el mayor orfebre de este universo, terminó de cincelar esta maravillosa obra maestra, no pudo menos que decir, con satisfacción: “He aquí, es bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
Dios tenía una moneda en esta tierra con Su imagen e inscripción, una moneda que le pertenecía y a la que amaba.

La moneda es robada

Pero demasiado pronto, el hombre, en vez de darse a su artífice y dueño, seducido y engañado, cayó en la desobediencia, y se dio al pecado. La moneda de Dios pasó a manos de un ladrón, del pecado, del diablo.
El pecado desdibujó e incluso borró esa imagen y la inscripción de Dios, de manera que aún hoy en día apenas se pueden ver los rasgos de Dios en muchos seres humanos.
El hombre creado por Dios para reinar sobre la creación, perdió su posición de rey, a causa del pecado, y vino a ser, sin darse cuenta, un esclavo de éste.
No sólo no recibió el tributo que le correspondía, la vida, sino que en vez de eso recibió la paga de la esclavitud, el salario del pecado, la muerte, a cambio de un duro trabajo al ser-vicio del que ahora era su nuevo dueño, el pecado (Romanos 6:14-23).
El hombre recibió un salario de muerte, miserable, que apenas le llegaba para satisfacer sus deseos de la carne y vivir una vida ruin; y que por supuesto lo hacía incapaz de darle a Dios lo que es de Dios. Su deuda con Dios aumentaba (Mateo 18:23-25).

Dios viene a recuperar Su moneda

Pero Dios no estaba dispuesto a ver cómo un ladrón le robaba Su valioso y querido tesoro, Su moneda, de manera que Él mismo vino a recuperar lo que era de Su propiedad.
Descendió de los cielos y se hizo hombre en Jesús. Él era la imagen misma del Dios invisible (Colosenses 1:15), Él era el tesoro de Dios y en Él estaban escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Jesús era la moneda de Dios con Su imagen impresa, que trajo nuevamente esa imagen de Dios a la tierra; su valor era incalculable.
Pero a pesar de eso, con tal de volver a ha-cernos suyos, Cristo Jesús, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, pero sin estar bajo la esclavitud del pecado, y se hizo semejante a los hombres (Filipenses 2:5-7).
A fin de volver a grabar esa imagen y esa inscripción en nosotros, aquellos que todavía vivíamos bajo el poder del pecado y de la muerte, Él tuvo que ir a la cruz y pasar por un proceso de muerte y resurrección.
El libro de Filipenses nos sigue diciendo: “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz” (2:8).

A través de Su muerte, la moneda de plata, redimida, por fin volvió a ser de Su dueño, de Dios.
En la cruz, Él pagó nuestras deudas, Él fue dado a Dios el Padre como tributo por todos nosotros y nos liberó de la esclavitud del pecado. Pero no se quedó ahí, por medio de Su resurrección llegó a ser el Espíritu que da la vida para volver a grabar la imagen de Dios en el hombre y Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para ponerlo como inscripción.
El Espíritu sella nuestros corazones (Efesios 1:13) y los graba con Su imagen, una imagen viva, porque nuestro Dios no es Dios de muer-tos sino de Vivos. Él viene a darnos vida, no una imagen inerte, sin vida, de un cesar corrupto, sino la imagen viva del verdadero rey y emperador de este universo.
El quiere imprimir en nosotros Su imagen y Su inscripción: un nombre, “Un nombre sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla, de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios” (Filipenses 2:9-11).
Hoy puedes darle tu vida a Dios, Él te dará Su vida y Su nombre; llegarás a ser un hijo de Dios y experimentarás el amor de Dios el Padre, un amor que nunca antes has experimentado y que excede a todo conocimiento (Efesios 3:19) y del que nadie te podrá separar (Romanos 8:38-39).

Somos la moneda de Dios. Él la ama y espera recibirla de nuevo.

¿Quieres darle a Dios lo que es de Dios?
¿Quieres darte tú a Dios?

Abre todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente y confiesa que Jesucristo es el Señor.

Lo que es de Dios volverá a Dios y verás Su gloria.

RMC