El misterio de la unidad – testimonios

 

El misterio de la unidad

La unidad del Cuerpo de Cristo es un gran misterio. Que podamos estar aquí juntos y ser uno, no porque nos gusten las mismas cosas, sino porque tenemos una vida nueva y maravillosa recibida de nuestro Padre a través del nuevo nacimiento, con la gloria de Dios, que nos une, es verdaderamente un gran misterio.

La Palabra nos habla de dos grandes misterios – el primero se refiere a nuestro Señor Jesús – Su encarnación, Su vida perfecta en unidad con el Padre, Su muerte, resurrección y Ascensión.

1 Tim. 3:16 revela que este es un misterio indiscutiblemente grande, el misterio de la piedad – Dios manifestado en carne.

El Evangelio de Juan capítulo 1 nos dice que Él vino lleno de gracia y realidad, y que vimos Su gloria. Esa gloria aún estaba escondida en Él, pero ya se podía vislumbrar por sus más cercanos. El grano de trigo aún tenía que morir para liberar la vida, la gloria que estaba en su interior y llevar fruto. Y esa gloria que estaba en Cristo, la gloria que el Padre le dio al Hijo, por medio de Su muerte y resurrección, Él nos la dio para que seamos uno. Esa es la gloria de la que habla Juan 17.

La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado (Jn. 17:22-23).

Esto nos lleva al segundo gran misterio – Cristo y la iglesia (Ef. 5:32)

“Yo en ellos, Tú en mí, para que sean perfectos en unidad”. Esta es la misma unidad del Padre con el Hijo. Esta es la unidad que hace que hoy nosotros como iglesia manifestemos a Dios sobre esta tierra, para que el mundo vea y crea.

(R. Martínez)

Unidos en el amor de Dios

Unidos en el amor de Dios,

La iglesia crece en el Señor;

Los santos una familia son,

Como el Padre y el Hijo, en amor,

¡Así es nuestra unión!

Cuán bueno y cuán delicioso es

Juntos en paz y armonía estar;

Su bendición nos envía Él,

Vida eterna para ti y para mí,

¡Fluyendo está!

Hemos cantado este cántico (216), y me ha tocado el poder de esa unión. A veces, somos nosotros mismos los que no dejamos obrar ese poder. La realidad es que Cristo dio Su vida por cada uno nosotros. Nada nos puede separar del amor de Cristo. La realidad es que somos uno con en el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. ¡Esta es la realidad! Nadie puede variarlo. Pero tenemos que experimentarlo. Esto nos afirma, arraiga, fortalece, nos limpia, nos santifica y nos sana y nos hace crecer en el Señor, en Su persona.

La iglesia crece en el Señor

Yo no puedo crecer separado. Por supuesto, cada uno tenemos una experiencia en el Señor, una realidad, una vida, pero, todo lo traemos al Cuerpo, crecemos por el Cuerpo y en el Cuerpo; crecemos en Cristo y para Cristo, porque Cristo no está separado del Cuerpo.

Grande es este misterio: Cristo y la iglesia. Hay una sola vida, que es Cristo en nosotros, para ser una morada en el Espíritu. Esta es nuestra unión, la unión perfecta, la que el mundo no puede romper. Y tenemos que tener fe que estamos introducidos en esta unión con el Padre, el Hijo, el Espíritu y los hermanos.

(M. Santos)

Los santos, una familia son

Me gusta ver cómo esa unión solo es posible a través del Señor. Al veros a todos aquí, pensaba: qué diversidad de gustos. Normalmente hay gustos diferentes, pero lo que nos une es el Señor, y, por eso, dejamos nuestras diferencias, porque el Señor es lo primero y está en cada uno de nosotros. Si algo nos une no es que a mí me gusten equis cosas y al hermano también, es que los dos tenemos el Espíritu del Señor. Eso es una bendición, porque esa conexión no la tenemos con otras personas, pero sí la tenemos hoy aquí todos. Y le doy gloria al Señor por esa unión en Él y no en otras cosas.

(P. Sousa)

Conscientes de que nuestra vida es para el Cuerpo

Yo creo que no somos conscientes al 100% de lo importante que es la iglesia como Cuerpo de Cristo. Tenemos aquí una enfermera y sabe que cada órgano, cada parte de nuestro cuerpo es importante y se gestiona todo en general. Mi dedo no puede ir por un lado y mi pie por otro. Por eso, el Señor ha puesto el ejemplo del cuerpo. Cada uno tiene una función dentro de Él.

No somos conscientes de que, de lunes a viernes, los 365 días del año, los años que vivamos, son de la iglesia. Esos años no son míos. Si yo fuera consciente de que mis 24 horas del día no son mías, sino que son de la iglesia viviría de una forma distinta; sería una revolución en esta tierra.

Yo soy parte de un Cuerpo vivo por la gracia de Cristo, por el Espíritu que mora en mí, y ese Espíritu que mora en mí no es para mí sola. No es sólo para un disfrute interior, para mis tribulaciones, mi vida diaria, mi trabajo, mis hijos, sino para la edificación de la iglesia. Todo lo que yo digo o hago, sea lo que sea, es para la iglesia. Ese es el propósito eterno, Su Nueva Jerusalén, Su Novia. Deberíamos estar todos tirados al suelo clamando al Señor para que rompa esta alma, y pueda salir el Espíritu Santo a través nuestra y se revele Cristo en nosotros. ¡Gloria al Señor!

(MC. Bravo)

Todos somos interdependientes en el Cuerpo

Hace unas semanas también tocamos el tema del Cuerpo en la reunión de jóvenes y yo puse este mismo ejemplo. El Señor no nos pone los ejemplos así porque sí.

En la universidad, los profesores de enfermería clínica, cuando explicaban un sistema del cuerpo: el cardíaco, el digestivo, el vascular, respiratorio… al empezar cada tema, cada uno decía siempre lo mismo: no podemos explicar el sistema respiratorio aislado, necesitamos del cardíaco. No podemos explicar el digestivo aislado, necesitamos el hígado, el páncreas, la bilis… Todo está unido. No nos podemos centrar solo en uno, ninguno de ellos es independiente, todos son interdependientes. El Señor lo ha hecho de una manera maravillosa. El sistema vascular no está separado, y una parte riega las piernas y otra parte riega los brazos. No, es una red completa que llega desde el dedo pequeño del pie hasta la cabeza. He disfrutado esto, porque todos no necesitamos. Por mucho que el estómago diga: yo voy a trabajar solo, no puede hacerlo.

Y también una hermana compartió que cuando arde un fuego, si el carbón está todo junto, el fuego se mantiene vivo y sigue quemando, pero si uno de ellos salta y se cae, se acaba apagando. Nosotros somos igual. Si nos quedamos solos, fuera del Cuerpo, no podemos subsistir. Amén.

(P. Santos)