Conocer el Don de Dios y experimentar el agua viva que salta para vida eterna (Juan 4)

 

Vino, pues, Jesús, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. ​Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. ​Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber.

(Juan 4:5-7)

El pueblo samaritano estaba considerado un pueblo de segunda categoría. Ningún judío quería pasar por Samaria. Pero aquí vemos al Señor en una escena totalmente atípica. Un judío delante de un pozo, en Samaria; y una mujer samaritana, que viene a sacar agua ella sola; normalmente las mujeres en Israel solían ir en grupo a sacar agua, tenían esa costumbre, pero ella iba sola, supongo, por la vida que llevaba, que era despreciada por el resto de la gente. Y lo hizo a las 12 de la mañana. Cuando hacía más calor. Ella buscaba un momento en el que nadie fuese al pozo a sacar agua.

El pozo en aquellos tiempos era un lugar de encuentro. En un pozo Abraham conoció a su esposa, también Isaac conoció a la suya y Jacob a Raquel. Allí se vivieron muchas historias de amor.

Aquí podemos ver a Jesús manifestando el amor de Dios hacia la mujer samaritana, porque Él realmente se le quería revelar.

Jesús le dijo: Dame de beber.

Cristo es el Don de Dios, el regalo de Dios para el hombre

Cuando la samaritana se acercó al Señor, Él le dijo:

Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva (Jn. 4:10).

Él estaba allí delante de ella, como diciéndole: “No tienes ni idea de quién soy. No soy una persona cualquiera. Yo soy el mismo Dios encarnado, la mismísima Palabra viva de Dios que se hizo carne. Yo soy Aquel que en el principio estaba con Dios, y soy Dios; el que creó el universo, los cielos y la Tierra, el Autor de la vida, el Señor de todo, ese soy Yo. Yo soy el Don de Dios que descendió del cielo, lleno de vida, gracia y realidad, y soy lo que Dios te quiere dar a ti para satisfacer todas tus necesidades”. La samaritana no lo conocía, pero, ahora, la pregunta es para nosotros, para ti: ¿Conoces el Don de Dios? ¿Conoces a esa persona que te dice: “Dame de beber”? ¿Sabes que Él es el Don de Dios que se ha hecho carne, como un regalo de Dios para ti? ¿Lo conoces y experimentas en tu vida?

Cristo es todo lo que Dios nos quiere dar para satisfacer todas nuestras necesidades y cumplir Su propósito eterno. ¡Cuánto necesitamos conocer a este Cristo!

Él podría haber pasado, como hacían la mayoría de los judíos, por cualquier otro lugar, pero pasó expresamente por Samaria para buscar a esta mujer. Necesitaba que le diera de beber. Jesús necesitaba pasar “por Samaria” para encontrarte a ti. Él vino a esta tierra, desde el tercer cielo, con lo bien que se tiene que estar allí, para buscarte a ti. Siempre pensamos sólo en nosotros, pero, ¿y la “necesidad” del Señor? Él ha venido para que tú también le des algo: “Dame de beber”. El Señor ha venido a esta tierra expresamente por ti. Tú eres importante para Él, para Su propósito. Tú puedes también calmar Su sed. ¿Lo sabías?

Aquí vemos dos principios maravillosos: el Señor te necesita a ti, y tú a Él. Puede parecer algo extraño que el Señor necesite algo de nosotros, pero esto es lo que nos dice Juan 4. Él quiere que tú calmes Su sed, y calmar la tuya, y para eso quiere llenarte del agua viva.

Por eso, le dice a la samaritana: “Tú le pedirías, y él te daría agua viva”. Él te invita a que le pidas – “Pídele”. Si tienes sed, si tienes necesidad, pídele. Él está dispuesto a darte agua viva, la cual es Él mismo.

Recibir el Don de Dios para tener vida

Él quiere darse a ti y que lo recibas como ese Don celestial. Él vino como un regalo de Dios para ti. No sólo vino por ti sino por toda la humanidad. En el capítulo 1 Juan nos dice: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron (v. 11). ¡Qué pena! El Verbo de vida, el Dios todopoderoso y maravilloso se hizo carne y estaba allí para que la humanidad lo recibiera, pero no lo recibieron. Pero en el versículo 12 nos dice: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. A todos los que hemos creído, el Señor nos ha dado un maravilloso regalo celestial, nos ha dado a Cristo.

Hemos recibido este maravilloso Don, no porque seamos mejores que otros, sino por el gran amor de Dios: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16). Dios nos ha dado a Cristo como un regalo, para que tengamos en Él vida eterna. Tenemos que ser conscientes de lo que hemos recibido, del Don de Dios; como el Señor le dijo a la samaritana: “¡Si conocieras el Don de Dios!”. Estas palabras tocan mi corazón. No es cualquier don, ¡No! Es la Palabra viva, que ha descendido del cielo para mí y para ti como un regalo. ¿Cuánto conoces y disfrutas tú ese Don?

Conocer el Don de Dios y venir a Él para ser llenos del agua viva (Cristo) que nos satisface a nosotros y al Padre

Ahora, tú has recibido ese Don, pero esto es solo el principio. Al igual que en el caso de la samaritana, Él quiere llenarnos con Su agua viva, con Su vida, quiere ser todo para nosotros, nuestra fuente, nuestra satisfacción. Quiere satisfacer toda nuestra vida. Cualquier “hueco” que haya en tu vida Él quiere llenarlo con ese Don, con esa agua viva maravillosa.

Por naturaleza somos personas insatisfechas, como la samaritana. Continuamente estamos buscando algo más. Probamos una cosa tras otra, pero nada nos satisface plenamente. Tenemos nuestros proyectos, anhelos, necesidades… ¡hay tantos deseos en nuestra vida! Los más jóvenes sueñan con terminar sus estudios, después su carrera, un master, tener un gran trabajo bien pagado, formar una familia, tener una casa…, pero cuando alcanzamos cualquiera de esas metas seguimos insatisfechos. Y no solo los jóvenes, también los mayores tenemos sueños. Soñamos con más tiempo libre, viajar… algunos sueñan con la jubilación… Creemos que esto va a satisfacer y llenar nuestras vidas, pero, he hablado con algunos jubilados y tampoco están satisfechos. Probamos cosas continuamente, como la mujer samaritana. Ella tuvo hasta seis maridos, pero nada pudo llenarla, porque nada que no sea este Don maravilloso puede satisfacernos. Él es el único que puede hacerlo. En este Don está incluido todo lo que necesitamos. Es imprescindible venir a Él y pedirle de todo corazón: “Señor, dame agua viva”.

Sólo lo que Dios ha provisto para nosotros, Su Don, puede satisfacernos y ser para nosotros una fuente de satisfacción.

Él es la solución integral para nuestras vidas. Nada de lo que hagamos sin Cristo nos va a satisfacer. Por eso, tenemos que venir a Él y tomarlo hasta que nos llene y se convierta en nosotros en una fuente que salta (brota) para vida eterna. Entonces, no sólo nosotros estaremos satisfechos sino que también Dios Padre lo estará y Su propósito se cumplirá.

“¡Si conocieras el Don de Dios!”. ¡Si conocieras qué Cristo tan maravilloso está dentro de ti! Al igual que la samaritana, no te puedes ni imaginar lo grandioso, maravilloso, excelente,… que es el Don que has recibido. Por eso, tenemos que conocer el Don de Dios y quién es esa persona que nos dice: “Dame de beber”, recibirlo, experimentarlo y ser llenos de Él.

Al final, estaremos tan gozosos, que como la mujer samaritana; saldremos corriendo a contárselo a otros, y hasta dejaremos “nuestro” cántaro allí. Ella quedó tan satisfecha, que aquel cántaro que tanto significaba para ella en un principio, al final, dejo de tener valor. Hay muchas cosas que para nosotros son valiosas, son nuestro “cántaro”, del cual no queremos desprendernos, pero si tomamos y disfrutamos de esta agua viva, ese cántaro que tanto atesorábamos se quedará allí y nos iremos satisfechos.

También el Señor estaba satisfecho. Al final leemos que le ofrecieron algo para comer y Él les dijo que no tenía hambre. Los dos vinieron con sed, pero al final, la samaritana dejó de tener sed y el Señor ya no tenía ni sed ni hambre. Ambos estaban saciados. ¡Sólo tenemos que beber de Él!

El Padre está sediento de verdaderos adoradores

Pero la mujer samaritana no entendía por qué los samaritanos adoraban en un monte y los judíos los hacían en Jerusalén, y preguntó: Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar(v. 20). Y el Señor le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre (v. 21). La realidad es que el Padre está sediento de verdaderos adoradores:

La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren (Jn. 4:23).

El Padre busca adoradores que le adoren. No se trata tanto de lo que nosotros buscamos. Siendo sinceros nosotros no buscamos nada sino nuestra propia satisfacción. Pero el Padre sí busca adoradores. ¡Él tiene sed! Tenemos un Padre que tiene sed. No es un Padre indiferente en los cielos al que le da igual lo que vivamos. No le da igual. Él tiene sed de adoradores verdaderos, en espíritu y en verdad.

Un verdadero adorador, podríamos decir, es aquel que ama al Señor con todo su corazón. Dice la Palabra: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas (Lc. 12:30).

El amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios(Marcos 12:33).

Sabemos que el corazón es la propia persona en acción. Es el interruptor que da vida. Proverbios 4:23 dice: Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida. De nuestro corazón brotan los manantiales de la vida, por eso, tenemos que amar al Señor con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma. No sólo le adoramos en el espíritu sino con toda nuestra alma, con todo lo que somos. Hacerlo sólo en el espíritu parece algo muy en los cielos. Yo adoro al Señor en mí espíritu, pero lo adoro también con toda mi alma, con todo mi ser. Y también con toda mi mente, pero no mi mente natural. La Palabra nos dice que nosotros tenemos la mente de Cristo (1 Co. 2:16). Adoramos al Señor con la mente de Cristo y con todas nuestras fuerzas. No dejamos ni un poquito de fuerza para otras cosas, sino que volcamos todas nuestras fuerzas en el Señor.

La verdadera adoración es contraria a la religión

La verdadera adoración es contraria a la religión. ¿Qué es ser religioso? Podríamos decir que es alguien que puede tener un buen fundamento, que puede haber estudiado en las mejores escuelas bíblicas, pero no tiene la presencia de Cristo. Tiene la letra pero no vive la realidad. Si no tenemos Su presencia, aunque tengamos un buen fundamento, seremos simplemente religiosos. Yo puedo decir que hoy en día Cristo es incompatible con la religión. Puede ser que aunque lo que está escrito, la letra, nos dé la razón, podemos perder de vista el blanco y la realidad de Cristo.

Adorar al Padre en espíritu y en veracidad

Dios es Espíritu. Esta es la base. Dios no es carne para que nosotros podamos adorarle en la carne. Dios es Espíritu y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que le adoren. En nuestro espíritu está toda la realidad de Dios completa. Adorarlo en nuestro espíritu no es adorarlo a mi manera, como a mí me gustaría, sino poner todo lo que somos al servicio del Padre. Adorarlo en el espíritu sería hacerlo todo en el espíritu, y en veracidad, en verdad.

En cuanto a la verdad, no nos dejemos engañar, pensando que esta verdad es nuestra verdad y queramos llevarla a todos lados. Esta verdad no es la nuestra, no es lo que pensamos, lo que vemos, lo que percibimos, sino la verdad que hay en el Padre: Sus atributos, Sus promesas, Su carácter, Su voluntad. Si queremos adorarle en verdad tenemos que conocerle a Él. ¿Cómo puedo adorar a una persona que no conozco? ¿Has probado a tener una relación con una persona que no conoces? Es muy difícil. Pero, ¿has probado a tener relación con personas que conoces? Es muy fácil. Si nosotros conocemos al Señor, pero no un conocimiento superficial, sino un conocimiento íntimo, sabiendo lo que Él es, lo que desea, si entramos en esta adoración, verdaderamente podemos decir que le adoramos en espíritu y en verdad. El Padre busca, anhela, y tiene sed de estos adoradores.

El resultado de nuestra verdadera adoración

La adoración tiene que ser conforme al deseo del corazón de Dios. Si nosotros estamos en espíritu y en verdad, Cristo se nos revelará. La mujer samaritana le dijo: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo (v. 25). Él le dijo: Yo soy, el que habla contigo (v. 26). Quizás nosotros conocemos al Señor, pero no tenemos una conciencia exacta de quién es Él. Esta mujer sabía que tenía que venir el Cristo, pero hasta que Él no le dijo: “Yo soy, el que habla contigo”, no le fue revelado.

Otro aspecto es que una vez que probamos esta agua viva que fluye, que salta para vida eterna, dejamos cualquier otra agua. Ya no queremos otra agua, porque esta agua es tan apetecible, tan disfrutable y nos llena de tal manera que no queremos otra.

Isaías 12:3 dice:Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación”.

Cuando la mujer samaritana recibió del Señor esa palabra fresca, viva, dejo el cántaro allí y se fue. Se le olvidó que tenía que sacar agua y salió corriendo para comunicárselo a otros, para decirles: “Allí hay uno que tiene agua viva”. Nosotros tenemos en nosotros a Aquel que tiene el agua de vida. Seríamos unos necios si no lo aprovecháramos y sacáramos el agua de vida que brota en nuestro interior para llenar a otros.

Esta agua no solo nos satisface sino que nos trae gozo. Si en nosotros no encontramos ese gozo, esa satisfacción, seguro que buscaremos otra cosa que no sea Cristo.

Juan 7:38 dice: El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.

La verdadera adoración es todo lo que brota de ese Don que hay en nosotros, todo aquello que procede de esta fuente, en espíritu y en verdad, que salta para vida. Cuando salta, llega al Padre, y lo satisface.

Un adorador es uno que ha aprendido a tomar y disfrutar a Cristo como ese Don de Dios, alguien para el que Cristo es todo en su vida. Ese Don que recibimos es el don o la ofrenda que le llevamos y agrada al Padre. Entonces, el Padre es satisfecho, nosotros estamos satisfechos y el propósito de Dios es cumplido. El Padre busca y se agrada en tales adoradores que tienen a Cristo como todo en sus vidas. Todo lo que no brote de esta fuente, no satisface al Padre. Por eso es tan importante que Cristo, como ese Don maravilloso llene todo nuestro ser.

 

Eduardo Montiel y Ricardo Martínez

 http://www.laiglesiaenmalaga.es/wp-content/uploads/2022/01/2018-12-Conocer-el-Don-de-Dios-final.pdf

(Extracto de la conferencia en El Rincón, Diciembre 2018)